...lo que ayer se escuchó en el auditorio superó aquella magnífica impresión para alcanzar los niveles de lo que es difícil de olvidar.

Scherzo

“Había dejado Batiashvili un recuerdo extraordinario hace cuatro años, cuando ofreció, con la Joven Orquesta Mahler y Jurowski (una velada formidable), una lectura de enorme intensidad del Segundo concierto de Prokofiev. Digamos de inmediato que lo que ayer se escuchó en el auditorio superó aquella magnífica impresión para alcanzar los niveles de lo que es difícil de olvidar.

Batiashvili, vestida anoche con los colores de la bandera de Ucrania, impartió una lección magistral. El sonido pareció incluso crecido en presencia respecto a otras ocasiones, pero volvió a resultar bellísimo, redondo, ancho en la dinámica, con un vibrato siempre justo, nunca distorsionador y siempre manejado y juzgado con extrema inteligencia y sensibilidad. La afinación, siempre segurísima, alcanzó una perfección extraordinaria, y el discurso estuvo impregnado de esa flexibilidad de inflexiones y matiz apuntada en el párrafo anterior. Las cadencias de primer y último movimiento, de Fritz Kreisler, fueron interpretadas de manera bellísima y ejecutadas con una precisión excepcional.

Brilló también el canto de la georgiana en el segundo movimiento, y lució vitalidad en el animado tercero, articulado, como toda la obra, con una claridad exquisita.”

Scherzo

“Estamos ante una artista que lo tiene todo, sonido de calidad, cantabilità, fraseo y brillante virtuosismo. Todo ello escanciado con ese «sabor de lo caro» que irradian los grandes. A continuación de la larga introducción orquestal, que parece el comienzo de toda una sinfonía, el Guarnieri de la Batiashvili colocó el sonido, bellísimo, calibrado, amplio de registro y sonoridad, en el centro de la sala.

El fraseo cincelado, aderezado con primorosos glissandi, refinados detalles, legato delicadísimo y expresión concentrada, condujo a una cadenza en el que se combinó un deslumbrante virtuosismo plasmado en un absoluto dominio del arco y la más depurada técnica violinista, pero sin un átomo de exceso o vano exhibicionismo, siempre desde la suprema elegancia y áurea factura musical. La Batiashvili dotó de amplio vuelo, refinamiento sonoro y efusivo lirismo, a la melodía del segundo movimiento, logrando efectos de suspensión temporal sin perder un ápice de equilibrio y con un control absoluto sobre su instrumento y el discurso musical. Finalmente, en el tercero, además de dialogar primorosamente con el fagot, el violín de la Batiashvili desgranó con toda la vivacidad y chispa vertiginosa el rondò y todo ello con un arrojo que nunca traiciona su proverbial empaque, logrando, por un lado, exponer todo el centelleante júbilo del pasaje y por otro, asegurar la unidad y concepto global de la obra. Por descontado que la cadenza del último movimiento resultó una fascinante exhibición de técnica y virtuosismo. Ante las ovaciones y vítores del público, la Batiashvili ofreció como propina Doluri del compositor de su tierra, Alexi Machavariani.”

Codalario